A medida que uno se adentra en los relatos de Ninci, la figura del otro emerge. No es una forma definida, es eso que yo no soy, pienso o siento; un otro de sospechoso humo que se erige lánguido y efímero. Lo encarnan personajes huyendo en selvas que podrían ser un delirio de Quiroga, criaturas que se esconden en monasterios o en tazas de té. Alteria nos expone a una otredad que nos alerta, sospechamos de su hacer. En los dedos que pasan las páginas se va inscribiendo con tinta indeleble ese susurro freudiano que inquieta: asistimos a lo ominoso. También el tiempo se desliza como una obsesión ofídica. Los narradores lo sufren y lo desafían, intentan comprenderlo, atraparlo, domarlo. Caen víctimas de las horas y los siglos. Y así, tomamos algunas bocanadas de aire y volvemos a sumergirnos en la lectura. Y así, mientras inhalamos profundamente, nos preguntamos si ese otro podría alguna vez ser parte de nuestro yo. Y la respuesta es sí. Un trágico e intemporal sí.
Ariel Ingas
Una pregunta secreta parece recorrer estos relatos de Elena Ninci: ¿Cómo encontrar respuestas en un mundo que se debate conflictivamente entre conjeturas e incertezas? La pregunta acosa a los personajes quienes, ante el vértigo del abismo no cierran los ojos sino que se enfrentan al vacío, a la oscuridad con una fuerza que les permite defenderse.
Un hombre huye de un tiempo inclemente, una mujer llega a una casa colgada de un precipicio, un niño ante el estrépito del mundo, un tiempo de origamis, la prefiguración de un destino, figuras en alteridad que proponen más incógnitas que soluciones. En Alteria, la literatura con sus escalas en el tiempo y sus disposiciones de la imaginación, se nos presenta como máquina en eterno movimiento, presente y pasado en cada instante de memoria que apela sin embargo al futuro, a un trance de lecturas posibles.
Silvia Barei